Un buen grupo de participantes acudió ayer a la cita más contagiosa del verano, y es que los sentimientos positivos se transmiten muy fácilmente.
Así, en el atardecer del sábado 9 de agosto, decenas de bienservideños y paisanos llegados de Ayna, Villarobledo y hasta de Pedroñeras, compartieron, rieron, bailaron y se abrazaron, dejándose embargar por el paisaje de la sierra y el buen rollo.
Con vistas al Pico del Padrón y el monte La Cabezuela, La Casica de Bienservida acogió el Taller de la felicidad. En un ambiente distendido, Don Alejandro guio al público.
El horizonte invitaba a la reflexión: para sanar el pasado, aceptarnos tal y como somos, aprender a reponernos de las circunstancias adversas y reivindicar nuestro derecho a ser felices.
Entre los asistentes se creó un círculo de confianza en el que compartieron qué les hacía felices. Sus respuestas reflejaban que la alegría está realmente en lo sencillo: «Yo soy feliz en mi pueblo y estando con mi familia», dijo Lali. «Yo soy feliz al levantarme cada mañana rodeada de los míos», comentó Carmen. Al otro lado del corro, Javier aseguró al micrófono que para él «la felicidad se llama Pepa», conmoviendo al resto. A continuación, su mujer tomó la palabra y arrancó una carcajada general diciendo: «Hola, yo soy Pepa».

A través de divertidas propuestas y al son de canciones animadas, el grupo se puso en pie. Todos interactuaron atendiendo a las instrucciones de Don Alejandro. Esbozaban sonrisas cada vez más grandes, más brillantes. Algunos no pudieron resistirse y menearon los cuerpos al son de Gente luminosa (El Arrebato) y otros temas alegres.
Empezaba a anochecer ya cuando el grupo se unió en un círculo, abrazados unos a otros; todos se mecían contentos, conectados. Y mientras charlaban con los compañeros, disfrutando de un picoteo y refrescos, el cielo de Bienservida les hizo un regalo.
Una gran luna redonda anaranjada se asomó tras los montes. Parecía que ya se preparaba para su gran actuación en el próximo taller de Astronomía en La Casica.

La luna fue descubriéndose y pintó un cuadro maravilloso, un espectáculo nocturno para la vista; un grupo de personas excelentes compartiendo la belleza —y la felicidad— que irradiaba la luna… y ellos mismos.
Paloma Serrano Molinero
