“Nada de prisas ni artificio —solo orujo fermentado, fuego lento y paciencia serrana.” Así lo cuentan Amaro y Javi desde Serraneando, donde la tradición se celebra, se comparte… y, a veces, se destila.

En la página Serraneando con Amaro, el espíritu del otoño serrano se ha hecho líquido. Allí, Amaro y Javi relatan una escena tan sencilla como hermosa, ocurrida en Los Collados (Molinicos): el reencuentro con una costumbre centenaria que sigue viva entre risas, brasas y el vapor del alambique.

El texto, titulado “Destilando Tradición”, huele a campo, a historia y a paciencia. Cuentan cómo, entre amigos y fuego lento, han convertido el orujo de la uva en aguardiente puro, elaborado como se hacía antaño: sin prisa, sin artificios, solo con sabiduría serrana y respeto por el proceso.

“El aire olía a historia —escriben—, y el goteo claro del aguardiente sonaba a herencia viva. Porque aquí, en Los Collados, la tradición no se cuenta: se destila.”

Y es que el aguardiente, más allá de su sabor y su fuerza, representa una memoria compartida. En los pueblos de la Sierra , la llegada de los fríos no se entiende sin ese ritual: los alambiques encendidos, el humo mezclado con la bruma del amanecer y la charla pausada alrededor del fuego.

Desde Serraneando, Amaro y Javi rescatan no solo la imagen de un oficio artesanal, sino la esencia de un modo de vivir el tiempo. Un homenaje a quienes todavía conservan las manos, el pulso y la fe suficiente para mantener encendida la llama de lo auténtico.

“En estos tiempos menos recios —dicen—, el aguardiente sigue cumpliendo su papel: calienta el cuerpo, alegra la mente y reconcilia con la tierra… con moderación, claro.”

En Los Collados, el aguardiente no es una bebida, es una herencia. Una tradición que no se exhibe ni se vende: se comparte, como el fuego, entre quienes entienden que las cosas buenas —las de verdad— necesitan calma, respeto y una buena conversación a la lumbre.