Los bares de la España Rural, Tv apagada.

En la España rural crece un malestar silencioso pero generalizado en el sector de la hostelería, un sector que poco o nada tiene que ver con las cifras de facturación, volumen de clientes y márgenes de beneficio de los bares y restaurantes de las grandes ciudades.

Sin embargo, a la hora de pagar determinados servicios, el baremo es exactamente el mismo, una situación que muchos consideran profundamente injusta.

Uno de los ejemplos más claros es el coste de los derechos televisivos del fútbol. Para un pequeño bar de la Sierra de Albacete, donde en muchos casos apenas se reúnen cuatro o cinco vecinos para ver un partido, asumir cuotas mensuales que rondan los 400 o 500 euros es, sencillamente, imposible. No es una cuestión de voluntad, es una cuestión de supervivencia económica.

En la España rural el fútbol se ha convertido en un lujo reservado a unos pocos

Los bares de los pueblos no juegan en la misma liga que los locales de grandes capitales. No tienen rotación constante de clientes, no multiplican consumiciones ni generan ingresos extra que justifiquen esas tarifas. Aun así, las compañías que gestionan los derechos del fútbol no aplican criterios diferenciados, ni por tamaño del local, ni por número de habitantes del municipio, ni por facturación real.

El mensaje es claro y contundente: si quieres fútbol, pagas, y si no puedes asumir ese coste, te expones a sanciones económicas muy elevadas. En la práctica, esto está provocando que muchos bares rurales renuncien a retransmitir partidos, privando a los pueblos de uno de los pocos elementos de socialización que aún mantienen viva la vida comunitaria.

El bar del pueblo no es un negocio millonario es un servicio social

La situación se agrava con una estrategia especialmente controvertida. Desde la propia estructura que protege los derechos del fútbol profesional se invita a la ciudadanía a denunciar de forma anónima a los locales que retransmitan partidos sin contrato. Una práctica que muchos hosteleros consideran profundamente desacertada, al convertir al vecino en vigilante o denunciante, alimentando una dinámica de desconfianza en entornos donde la convivencia es esencial.

En pueblos pequeños, donde todos se conocen, esta política no solo genera tensión, sino que rompe el tejido social, enfrentando a vecinos y poniendo en riesgo la supervivencia de negocios que, en muchos casos, ya operan al límite.

Convertir al ciudadano en policía no fortalece el sistema lo debilita

Desde el sector se reclama una reflexión profunda por parte de la Liga de Fútbol Profesional y de las empresas concesionarias de los derechos. No se cuestiona el derecho legítimo a proteger un producto audiovisual, pero sí se exige sentido común, proporcionalidad y criterios adaptados a la realidad rural. Un pequeño bar de la Sierra de Albacete no puede ser tratado como un gran local urbano con decenas de pantallas y cientos de clientes.

La hostelería rural no pide privilegios, pide justicia y equilibrio. Poder ofrecer fútbol a sus pocos vecinos no es un negocio millonario, es una forma de mantener abierto el último punto de encuentro del pueblo. Negar esa posibilidad es acelerar el cierre de bares, vaciar plazas y apagar luces que ya cuestan mucho mantener encendidas.

Sin bares no hay pueblos y sin pueblos no hay país

La España rural vuelve a sentirse olvidada, esta vez también por el fútbol, un deporte que nació como fenómeno popular y que hoy, para muchos pueblos, ya no lo es.