Hay una trampa peligrosa que se repite una y otra vez: confundir a las personas que traicionan una vocación con la vocación misma.
Decir que los corruptos y puteros representan a la política es tan falso como decir que los pederastas representan a la Iglesia. Y, sin embargo, ese discurso interesa. Porque simplifica, desprestigia y destruye sin necesidad de pensar.
La corrupción no define a la política. La prostitución no define el servicio público. La pederastia no define la fe. Lo que hacen es manchar, traicionar y pervertir aquello a lo que dicen pertenecer.Un político corrupto no encarna la democracia: la traiciona. Un cargo público que compra cuerpos no representa al pueblo: lo humilla.
Un pederasta no es Iglesia: es su negación más radical. Y aquí hay que decirlo alto y claro, sin miedo y sin complejos: el delito no puede convertirse en identidad colectiva. Porque cuando metemos a todos en el mismo saco:
• Ganan los culpables,
• Pierden los inocentes,
• y se erosiona la confianza social.
La política necesita limpieza, ética y valentía. La Iglesia necesita verdad, justicia y reparación. Ambas necesitan tolerancia cero con quien abuse, robe o destruya vidas. Pero también necesitan algo más profundo: que no se use el crimen de unos para desacreditar a todos. Porque detrás de la política hay miles de personas honradas, servidores públicos que trabajan en silencio, alcaldes, concejales, técnicos, funcionarios que sostienen lo común. Y detrás de la Iglesia hay comunidades, voluntarios, religiosos, sacerdotes y laicos que cuidan, acompañan, sostienen a los pobres, y ponen el cuerpo cada día por los demás.
Usar a los corruptos o a los abusadores como argumento total no es justicia. Es demagogia.
La justicia exige nombres, responsabilidades y consecuencias. No eslóganes. No generalizaciones. No linchamientos colectivos. Porque una sociedad madura no destruye las instituciones: las depura.
No calla los abusos: los enfrenta. No blanquea el delito: lo castiga. Pero tampoco convierte el mal en caricatura útil.Y una última verdad incómoda: quien utiliza a las víctimas para atacar a una institución entera sin buscar verdad ni reparación, no está defendiendo a las víctimas. Está instrumentalizándolas. Ni los corruptos representan a la política. Ni los pederastas representan a la Iglesia.
Lo que representan es justo lo contrario de lo que dicen ser. Y a eso hay que llamarlo por su nombre: traición. Sin gritos. Sin odio. Pero con una claridad que no se negocia.
Opinión Por Alejandro Márquez Cura de Salobre, Reolid, Bienservida y Villapalacios. 
