A veces la sierra sorprende incluso a quienes la recorren cada semana.

El Nacimiento del Río Turruchel, en el término municipal de Bienservida, es uno de esos lugares que parecen hechos para recordarnos lo esencial: que el agua nace despacio, que la vida se abre paso sin ruido, y que el tiempo, aquí, no tiene prisa.

A primera hora de la mañana, una bruma suave cubría los pinares del Bellotar. La luz apenas se filtraba entre las ramas, dorando las hojas que el otoño ya había teñido de cobre y de oro viejo. El murmullo del agua, que emerge cristalina entre helechos y piedras, era el único sonido que rompía el silencio de la montaña.

El Río Turruchel brota a más de mil metros de altitud, en el corazón de la Sierra de Alcaraz, muy cerca del límite con Jaén. Su curso se abre paso entre barrancos y laderas tapizadas de encinas, jaras y sabinas, antes de rendirse al Guadalmena, ya más abajo, camino del Guadalquivir.
Un nacimiento humilde, pero cargado de simbolismo: allí donde el agua comienza, también empieza la calma.

Las fotografías que acompañan este reportaje recogen ese instante exacto en que el paisaje parece detenerse. El verde de los musgos, el brillo del agua bajo la luz de octubre, las hojas mecidas por un viento tibio. Un rincón que invita a sentarse, cerrar los ojos y escuchar.

“Cada otoño, el Turruchel se vuelve espejo del alma serrana: transparente, paciente, eterno.”

El acceso al paraje es sencillo, aunque requiere dejar atrás el asfalto. Una pista forestal se abre desde Bienservida y asciende entre pinares aunque -también se accede desde El Bellotar-, hasta que el rumor del manantial nos guía los últimos metros. Allí, un área recreativa ofrece un respiro al caminante. Mesas, sombras, bancos de piedra y la certeza de estar en uno de los lugares más serenos de la provincia.

En los alrededores, los senderos invitan a perderse: caminos cubiertos de hojas secas, troncos viejos que han visto pasar generaciones, y un aire limpio que parece curarlo todo. Quien visita el nacimiento del Turruchel en esta época del año no solo descubre un paisaje: descubre un refugio para la mente y el alma.

La Sierra, una vez más, nos devuelve a la esencia.
El rumor del agua, el color del otoño, la paz interior.
Porque hay rincones —como este— que no se visitan: se viven.

Por admin

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