Resulta casi ofensivo que, en pleno siglo XXI, algunos colectivos ecologistas decidan apuntar sus dardos contra lo más tradicional y nuestro: las fiestas populares, en lugar de volcar sus energías en problemas verdaderamente graves que afectan a nuestro medio ambiente y a nuestro campo.

¿De verdad el debate está en si las fiestas de Albacete, con siglos de historia, son “nocivas” o “poco sostenibles”?
¿O más bien deberíamos exigir que quienes se autoproclaman defensores de la naturaleza pongan el foco donde hace falta?

Porque mientras tanto, en silencio y con graves consecuencias:

  • Los cauces de los ríos siguen sucios y abandonados, con riesgo de inundaciones cada otoño.
  • Las mafias de la inmigración ilegal campan a sus anchas aprovechándose de la falta de control en zonas rurales.
  • Y lo más sangrante: la expropiación forzosa de tierras agrícolas para colocar placas solares, arrancando almendros, olivos o viñedos, condenando al campo español en nombre de una falsa “transición verde” que solo engorda bolsillos de multinacionales.

Ante esto, sorprende —y hasta indigna— que el ruido mediático se concentre en atacar lo que da vida a nuestros pueblos y nuestra capital (referente por cierto) : la fiesta, la cultura, la tradición. Las ferias y celebraciones no son un problema, son parte de nuestra identidad. Son motor económico, social y emocional.

Por eso, desde este medio lo decimos con claridad: ya está bien de ecologismo de escaparate, subvencionado y desconectado de la realidad. Si de verdad quieren defender la naturaleza y el futuro, que bajen al barro y se ocupen de lo importante: el agua, el campo y la gente que lo trabaja.

La Sierra, Albacete y toda España rural necesitan soluciones reales, no sermones vacíos. Y quien no entienda eso, que deje de llamarse ecologista, porque ni respeta al medio ambiente ni respeta a la gente.

Por César Martínez.