El día de Navidad en la Sierra habla sin palabras. Basta con mirar al cielo bajo y ver cómo las chimeneas echan humo para saber que la gente está en casa.

Cuando las chimeneas humean, la Sierra está en casa. En las aldeas, en los cortijos, en los pueblos pequeños y en los grandes – si se pueden llamar grandes-, el paisaje es el mismo: una buena lumbre encendida y la vida recogida puertas adentro.

Es día de hogar, de calor seco, de brasas que no se apagan y de leña bien colocada. Día de sentarse alrededor de la chimenea, de calentar las manos y de dejar que el tiempo pase sin prisas. Afuera hace frío, pero dentro se está como siempre se ha estado en la Sierra: a gusto.

Cuando humean las chimeneas, la Sierra descansa

El día después de Nochebuena es también día de aprovechar lo que sobró, que siempre sobra y no poco. Restos de asados, embutidos abiertos, dulces a medio empezar y bandejas que vuelven a salir a la mesa. Porque en Nochebuena, aunque uno mire los precios durante todo el año, esa noche se mira menos. Todo está por las nubes, sí, pero en las casas de la Sierra no faltaron las viandas.

Aperos fuera, mesa puesta. Ápapes, conversación tranquila, castañas asándose en la lumbre y sobremesas que se alargan sin reloj. Se habla de lo de siempre, de los que están y de los que faltan, del frío, del año que se va y del que vendrá.

La Navidad rural no entiende de horarios, entiende de fuego y de familia

En los pueblos, el humo que sube recto desde las chimeneas es casi una postal. Señal inequívoca de que dentro hay gente, hay conversación y hay calor humano. No hace falta más. Ni grandes planes, ni ruido. Solo una lumbre viva y la casa llena.

Así se vive la Navidad en la Sierra de Albacete. Con humo en los tejados, brasas encendidas y la tranquilidad de saber que, al menos por hoy, todo está en su sitio.