En los rincones más tranquilos de la Sierra de Albacete, entre pinares frondosos y caminos de tierra que huelen a resina y sol, ya queda poco o nada de aquel oficio que parece anclado en otro tiempo: el de los resineros.
Aunque muchas personas apenas lo conocen, la extracción de resina ha sido durante generaciones una forma de vida en ciertas zonas montañosas de Castilla-La Mancha, particularmente en municipios como Yeste, Letur, Nerpio, Riópar o Molinicos.
La resinación consiste en extraer la resina del pino, una sustancia viscosa que el árbol segrega como defensa natural. Esta labor, que requiere técnica, paciencia y respeto por el entorno, comienza cada primavera y se extiende hasta bien entrado el otoño. A lo largo de la temporada, los resineros marcan los árboles, abren las caras (cortes controlados en la corteza), colocan potes o latas para recoger la resina, y regresan cada pocas semanas para raspar y renovar los cortes.
Durante el siglo XX, este oficio fue un pilar económico en muchas zonas rurales del sur de España. Sin embargo, la llegada de materiales sintéticos y el abandono del campo provocaron una drástica caída en la demanda de resina natural. Hoy, aunque marginal, esta actividad está resurgiendo tímidamente gracias a su sostenibilidad y al interés creciente por productos ecológicos.
Ser resinero no es fácil; es un trabajo duro y solitario. Las jornadas comienzan temprano y se desarrollan bajo el sol abrasador, a menudo en terrenos escarpados y de difícil acceso. Se trata de una labor que exige fuerza física, constancia y conocimiento del monte. El resinero trabaja en soledad o en pareja, rodeado de silencio, interrumpido solo por el canto de las aves, el crujir de las ramas o el zumbido de los insectos.
A pesar del esfuerzo que implica, muchos resineros sienten un profundo vínculo con la naturaleza y con su oficio. Hablan del «monte» con un respeto que va más allá del aprovechamiento económico. Para ellos, el bosque es una herencia que debe cuidarse y transmitirse.
En algunos pueblos de la sierra de Albacete, las nuevas generaciones han comenzado a mostrar interés por recuperar esta actividad.
Asociaciones forestales, cooperativas y algunas iniciativas locales impulsadas por la administración o por proyectos de desarrollo rural han comenzado a ofrecer formación para aprender el oficio, apoyando la revalorización de la resina como producto natural con múltiples usos: barnices, pegamentos, perfumes, cosméticos o incluso productos farmacéuticos.
Además, el aprovechamiento de la resina no implica talar los árboles, lo que la convierte en una actividad especialmente compatible con la conservación de los ecosistemas forestales.
En un momento en el que se busca equilibrar desarrollo y sostenibilidad, el resinero encarna la figura del trabajador rural que vive del bosque sin destruirlo.
La figura del resinero es, en última instancia, un símbolo de resistencia cultural. Su vida es testimonio de un modo de subsistencia tradicional, adaptado al entorno, que ha sobrevivido a la industrialización, a la despoblación y al olvido.
Hoy, en las montañas de Albacete, aún queda quien, cuchillo en mano y al ritmo de las estaciones, sigue extrayendo de los pinos su savia milenaria.
El futuro del oficio dependerá del reconocimiento que la sociedad le dé, del apoyo institucional y del relevo generacional. Pero, mientras tanto, los resineros siguen ahí, en silencio, escribiendo con cada corte en la corteza una historia de trabajo digno y de amor por la tierra.
El Versátil, por Dalmy Gascón 
