Vivimos en una era de innovación sin precedentes.

Desde la inteligencia artificial hasta la edición genética, pasando por la automatización y la conectividad global, los avances tecnológicos están transformando profundamente todos los aspectos de nuestras vidas. Sin embargo, este progreso no viene sin consecuencias. Nuestra propia evolución —biológica, psicológica y social— se entrelaza cada vez más con el desarrollo tecnológico, generando tanto beneficios como desafíos.

Uno de los logros más evidentes de la tecnología es el aumento en la esperanza y calidad de vida. Los avances médicos como las vacunas, los trasplantes, la cirugía robótica y la telemedicina han salvado millones de vidas. Hoy podemos diagnosticar enfermedades antes de que presenten síntomas, tratar condiciones crónicas con mayor eficacia.

Internet y las redes sociales han derribado fronteras, permitiendo que las personas se conecten, colaboren y compartan conocimientos en tiempo real desde cualquier parte del mundo. Esto ha impulsado la educación, la creatividad y la conciencia global sobre temas sociales y ambientales. El mundo rural ha dejado de ser un poco más ese mundo olvidado y nos ha permitido conocer sus necesidades, su existencia y a escuchar su voz.

La automatización ha revolucionado la industria, la agricultura y los servicios. Máquinas y algoritmos realizan tareas repetitivas o peligrosas con mayor precisión y menor margen de error. Pero, admitámoslo, la robotización genera menos mano de obra y, por lo tanto, menos puestos de trabajo para las personas.

El acceso a la información es más fácil y rápido que nunca. Podemos aprender nuevos idiomas, adquirir habilidades técnicas, explorar nuevas ideas o simplemente satisfacer la curiosidad desde un teléfono móvil. Esto impulsa una evolución cognitiva acelerada. Todo tiene desafíos y una parte negativa de nuestra evolución. Hemos creado dependencia y pérdida de habilidades, como la memoria, la orientación, el cálculo mental o incluso la conversación cara a cara— se están debilitando.

Esta «tercerización cognitiva» puede atrofiar capacidades esenciales para la autonomía personal. A pesar de todo, hay ciertas desigualdades y brechas digitales. No todos tienen acceso a internet o dispositivos inteligentes. La salud mental también se ve afectada por el uso excesivo de pantallas, la presión de las redes sociales y la sobreinformación han contribuido a un aumento de problemas de salud mental, especialmente entre jóvenes. La hiperconexión puede provocar aislamiento, ansiedad, depresión y una desconexión con la vida real. Si echamos un vistazo a nuestro alrededor, veremos cuánto hemos cambiado, cuánto hemos ganado y cuantos valores hemos perdido