Vivimos tiempos extraños, tiempos en los que informar se ha vuelto casi un acto de valentía.

Tiempos en los que el mensajero, aquel que se limita a contar lo que ocurre o a dar voz a quien la pide, se convierte de pronto en culpable por el simple hecho de hacerlo.
La frase “muerte al pregonero, cruz al mensajero” es lo más fácil.

La prensa, los medios, los periodistas, no somos —ni debemos ser— aliados de nadie más que de la verdad.
Un medio de comunicación cumple su función cuando informa, cuando da voz, cuando permite que otros hablen.
A veces se opina, otras veces simplemente se cuenta. Pero siempre con un fin: servir al interés público, dar voz al pueblo y reflejar su realidad.

La libertad de expresión no se defiende cuando se habla de lo que gusta, sino cuando se respeta lo que incomoda.

La prensa no siempre es cómoda, ni pretende serlo.
Y mucho menos en el terreno de la política, donde las verdades, cuando se cuentan sin maquillaje, suelen doler. Pero la verdad no tiene dueño ni color. La verdad, venga de donde venga, sigue siendo verdad.
Y quien la señala, lejos de ser enemigo, es quien mantiene viva la esencia de la democracia.

En los últimos tiempos se habla mucho de fango, de fake news, de desinformación. Y sí, existen. Nadie lo niega.
Pero también es cierto que muchas veces se usa ese argumento para tapar lo que simplemente no interesa que se sepa, lo que duele o lo que incomoda a quien prefiere el silencio.
Porque a nadie le gusta salir en los periódicos, y sin embargo, es un error crucificar al mensajero.

Un ciudadano es libre de opinar, y la prensa de hacerse eco. Es habitual, y además sano.
Dar voz a la gente, escuchar lo que piensa y permitir que se exprese es parte del “juego”, de la “partida”.
Y no por eso el medio falta a la verdad. En absoluto.

En este medio siempre se da voz a todas las partes, siempre.
Si alguien se siente aludido, puede usar su palabra o no hacerlo, porque su palabra —como la nuestra— es libre.
Pero insistimos: que el ciudadano tenga voz es sano, muy sano, especialmente cuando tantas veces esa voz ha sido silenciada por las grandes esferas o por ciertas élites que prefieren el silencio a la transparencia.

Atacar o desacreditar a un medio por dar voz a una opinión o a un hecho es, sencillamente, confundir las reglas del juego democrático.
Dar voz no es tomar partido. Escuchar no es posicionarse.
Informar no es opinar; es permitir que la sociedad conozca, valore y decida por sí misma.

A lo largo de los años he aprendido que los extremos son malos —en la política, en la vida y también en la manera de mirar las cosas—.
Ni los unos ni los otros. Ni el Madrid ni el Barça.
El equilibrio, el término medio, sigue siendo el camino de la sensatez.

Resulta paradójico, incluso irónico, que se tache de fango o de noticia falsa a quien hace precisamente lo contrario: dar voz sin juzgar.
A quien, con respeto, cumple con su deber de informar.
Pero no pasa nada. Seguiremos.

Seguiremos informando.
Seguiremos dando voz al pueblo, al político que quiera hablar, al vecino que quiera denunciar, al empresario que quiera aportar, al joven que quiera cambiar las cosas.
Seguiremos defendiendo a nuestra tierra, denunciando lo que falta y celebrando lo que funciona.

Porque el compromiso de este medio no es con el poder, sino con la gente.
Y porque —aunque la verdad incomode— callarla sería el peor de los silencios.

SALUD.

Por admin

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