En el programa «Pasajeros al Tren» que presenta cada tarde a las 17 horas en Digital Fly Radio -La Radio de la España Rural- Fran Alvares y María Reinoso, han reflexionado sobre Halloween en la España Rural, una bonita reflexión, que sirve para que nos haga pensar, que el verdadero miedo, no son ni los zombies, ni los vampiros, el verdadero miedo es no tener un pediatra cerca o una ambulancia que venga a tiempo, eso si que es miedo de verdad.

Érase una vez un pueblo que ya no salía en los mapas.

Estaba tan lejos de todo, que el GPS te mandaba a una gasolinera de otra comarca
y te decía: “Desde aquí, mejor pregunta”.
Allí las casas estaban vacías, pero no porque fueran encantadas.
No. Ni siquiera tenían ese romanticismo.
Estaban vacías… porque nadie podía vivir en ellas.
Ni había alquiler, ni había venta, ni había quien arreglara una teja de las casas cerradas esperando a quien las atienda.
En ese pueblo, al atardecer, se oía un silbido.
No era el viento, ni el tren, ni el alma de un difunto.
Era el eco de la única médica que quedaba…
cuando se marchaba en coche de vuelta a la capital.
Y con ella se iba el último latido del día.
Dicen que, de noche, se veían luces tenues.
Pero no eran farolas: era la pantalla de los móviles buscando cobertura como si buscaran fantasmas.
Y eso sí daba miedo.
Porque en el pueblo no había 5G… ni 4G… ni 3G… la única G que había era la de “gracias por intentarlo”.
En la antigua escuela del pueblo quedaban las sillas.
Vacías.
Las tizas.
Enteras.
Y una radio vieja… que a veces se encendía sola sintonizando Radio María.
Dicen que ahí sí que se notaba la presencia de las almas:
Y un día vino un forastero.
Llevaba mochila, gafas y una idea.
Dijo que quería montar un negocio rural, que le gustaba el entorno, que buscaba paz.
Le enseñaron una nave, tres casas y veinte hectáreas.
Pero no encontró ni internet, ni autobús, ni pediatra…
El forastero huyó despavorido.
Y dejó escrito con tiza en la pizarra de la escuela vacía:
“El miedo rural no es que haya fantasmas…
es que no haya servicios para tirar de sus sábanas”.
Y así seguimos en este cuento, que más que cuento es crónica.
En el que las brujas serían un avance.
Porque al menos tendríamos a alguien con plantas medicinales,
en vez de centros de salud en los que los escasos profesionales se parten los cuernos para atender nuestras zonas rurales.
Y no es por asustar.
Pero a veces, al mirar por la ventana de un pueblo por la noche,
no ves más que la carretera vacía,
un candil que tiembla…
y la certeza de que si tienes una urgencia médica,
lo mejor que puedes hacer es rezar… a San Ambulancio, patrón de los que esperan.
Y cuando una madre pregunta si hay pediatra infantil,
le contestan que sí…
a 47 kilómetros.
Y solo si no nieva.
Y si el coche arranca, porque el transporte público, tampoco te lleva.
Hay historias que dan miedo.
Pero lo nuestro da otra cosa.
Da pena.
Da rabia.
Y da la sensación de que los verdaderos fantasmas son los que ocupaban cargos… y no dejaron nada tras de sí.
Hoy, en nuestra tertulia, hablaremos de Samhain, de ánimas, de Halloween rural.
Pero no olvidaremos que los verdaderos terrores no siempre se esconden tras sábanas blancas.
A veces se esconden detrás de un cartel de “se vende”,
de una farmacia cerrada por jubilación,
de una línea de autobús que dejó de pasar en 2015
o de un médico que viene… si eso… dentro de dos semanas.
No tenemos castillos encantados.
Ni espectros con cadenas.
Pero tenemos un montón de pueblos vacíos que claman por volver a tener vida.
Que no piden milagros, ni hadas, ni calderos mágicos.
Solo un poco de respeto, algo de atención, y un futuro que no dé más miedo que el pasado.
Así que, si esta noche escucháis un susurro en el pinar,
o un portazo sin viento…
no os preocupéis:
no es un ánima en pena.
Es una madre pidiendo pediatra.
Es un joven buscando vivienda.
Es una vecina que aún confía en que vuelvan los servicios públicos.
Abrimos nuestra tertulia de Halloween rural.
Donde el miedo se mide en kilómetros sin urgencias,
en aulas sin niños,
en móviles sin cobertura.
Y donde, por suerte, todavía hay gente dispuesta a contar la historia entera.
Encendemos las velas, abrimos el micro y que empiece el aquelarre.
Eso sí: con ironía, con memoria…
y con linterna por si acaso.

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