Cada día abrimos el periódico, encendemos la radio o la televisión y el mensaje es el mismo: los precios suben.

Lo dicen incluso los medios afines al poder, lo reconocen los que hasta hace poco callaban. Sin embargo, la reacción es mínima. Nos limitamos a encogernos de hombros mientras pedimos un microcrédito para irnos de vacaciones, sin pensar demasiado en quién lo pagará después.

Una cerveza, un paquete de tabaco, el pan de cada día… Pan y circo. Siempre se dijo y siempre fue verdad.

No hablamos de Sánchez, ni de Feijóo, ni de Abascal. No va de partidos ni de ideologías, sino de una realidad que golpea sin colores: precios caros, más enfermos y menos medios. Y mientras tanto, seguimos anestesiados.

Basta ya.

Esto no es fango ni pseudomedios, esto es la verdad desnuda:
Ni libertad, ni democracia real.
Más impuestos, más leyes, más restricciones.

No pedimos rebelión, pedimos solución. Porque un país donde hay más funcionarios que autónomos es inviable. Porque las pagas no son la salida: la gente quiere trabajar, pero cobrar con dignidad, no sobrevivir con migajas mientras algunos disfrutan sueldos de alcalde o de diputado provincial.

La incoherencia está aquí, en lo cercano: un alcalde liberado de un pueblo de poco más de 1.200 habitantes cobra el doble —o más— que muchos vecinos que trabajan de sol a sol. ¿De qué sirve pintar las fuentes o cortar cintas si lo que sentimos es que nos ignoran, que se nos separa y que nuestra ilusión importa nada?

Es hora de abrir los ojos. De currárnoslo. De dejar de mirar para otro lado.

Porque cada silencio, cada “da igual”, nos hace un poco más pobres.
Y porque todavía estamos a tiempo de demostrar que la dignidad y el trabajo honesto valen más que cualquier discurso vacío. El cambio empieza aquí, en lo local, en lo pequeño… en nosotros.

Editorial. Por César Martínez.

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